Este cierzo que barre hoy el Valle del Ebro es la única verdad que nos queda.
No hace tanto que éramos un club grande en su humildad y sencillo en su grandeza. Un club que miles y miles de aragoneses y españoles llevábamos cosido al corazón a fuerza de ser fuertes en los reveses y generosos con los vencidos. Un club que amaba a sus fieles y que era amado por su lealtad y señorío. Un club respetable y respetado.
Hoy, decía, el Moncayo, ese padre al que le pedimos consuelo cuando todos los males nos aquejan aunque el poeta lo dibujó como un dios que ya no ampara, parece decidido a limpiarnos las lágrimas sucias que nos produce la derrota. Son días muertos, noches eternas de dolor e incredulidad. Sin embargo, en medio de la zozobra hay una luz a la que nos encomendamos porque solo esa vida nos queda: el partido homenaje a Fernando Cáceres.
Hoy, decía, el Moncayo, ese padre al que le pedimos consuelo cuando todos los males nos aquejan aunque el poeta lo dibujó como un dios que ya no ampara, parece decidido a limpiarnos las lágrimas sucias que nos produce la derrota. Son días muertos, noches eternas de dolor e incredulidad. Sin embargo, en medio de la zozobra hay una luz a la que nos encomendamos porque solo esa vida nos queda: el partido homenaje a Fernando Cáceres.
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