El Real Zaragoza es una institución moribunda a la que la sangre se le va a
borbotones por las enormes y numerosas heridas que taladran su cuerpo. Son
tantos los balazos recibidos que difícilmente se pueden taponar las
interminables hemorragias, como si de un personaje de Tarantino se tratase.
Molinos dice que se va aunque hay quien dice que él va diciendo que lo que
decimos no es así, sino que hemos malinterpretado sus palabras. Agapito se
escabulle en la inmensidad de la capital de España para celebrar sus reuniones,
lejos del corazón que al león ya casi no le late. Los jugadores, algunos,
muchos, varios, no sé, preparan su futuro evitando dar la cara ante esa afición
que se ha dejado el alma por ellos, para ellos y, a veces a su pesar, con ellos
en un ejercicio más de desdén hacia quienes todo se lo merecen. Manolo Jiménez
recoge sus cosas de la Ciudad Deportiva como hacía Melanie Griffith en “Armas de
mujer”, metiendo en una cajita de cartón la foto de los chicos, la macetita y
las cuatro cosas que aún mantenía en su despacho. Y la prensa trata de
informarnos de la nada, pues nada hay en el horizonte zaragocista salvo desidia
y desesperanza.
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Fdo.: Juan Antonio Perez Bello
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