lunes, 9 de septiembre de 2013

PASANDO OLÍMPICAMENTE

El sueño de que Madrid albergase los Juegos Olímpicos de 2020 se terminó convirtiendo en una pesadilla para la delegación española presente en Buenos Aires, así como para los madrileños que se habían echado a la calle seguros de su designación, cuando se anunció que quedaba eliminada en primer lugar tras haber empatado en la primera ronda de votaciones con Estambul.
Pronto el estupor ha dado paso a una negación más patente en los medios de comunicación que en los representantes del proyecto Madrid 2020. En lugar de buscar las razones de la tercera negativa consecutiva por parte del COI en los posibles errores que se hayan cometido, se está buscando de momento la postura cómoda de echar la culpa a los demás. Al COI, en concreto.

El domingo por la mañana, un habitualmente mesurado comentarista de asuntos de índole político y social, definía en una radio de ámbito nacional al COI de la siguiente manera: “hasta que no llegó Juan Antonio Samaranch y cambió las Olimpíadas permitiendo la participación de deportistas profesionales, el COI no empezó a ganar dinero de verdad. Se convirtieron en el Vaticano laico. Entre sus miembros se encuentran nobles, militares y políticos en activo y retirados. Hay gente decente y auténticos impresentables”.
Me pregunto en qué se diferencia el COI entonces de la empresa en la que trabajo, del Ayuntamiento de mi ciudad, del partido que gobierna o de la emisora de radio en la que pronunció esas palabras. En todos ellos, como en todas partes (sean entidades o lugares), encontraremos siempre personas decentes codo con codo con otras impresentables. Otras voces denuncian que la elección de Tokio implica un impulso a la energía nuclear, por atreverse a nominar a un país donde Fukushima está aún (como seguirá estando en 2020) de rabiosa actualidad.

Porque lo que es innegable es que la elección no recae en una sola ciudad, sino en todo el país. Se ha paseado la “marca España” pensando que es más infalible que la Coca-Cola, cuando en realidad se ha obviado lo más importante: la situación del país. Seamos sinceros, si en lugar de organizar los Juegos de 2004 Atenas se hubiera presentado en esta terna, desde España se hubiera opinado que qué hacía allí un país con dos rescates a sus espaldas, paro y crisis sin visos de llegar a su fin, revueltas y protestas populares y cambios de gobierno tras cada fracaso de los nuevos estadistas.
Y España no está tan lejos de eso. Aunque no se le llame así desde las altas esferas, a los bancos de este país ya se les ha rescatado una vez. La prensa internacional no duda en poner en el mismo saco a Grecia, Italia y España cuando habla de las grandes crisis de la economía europea occidental. El paro y la corrupción están a la orden del día, y eso por no hablar de lo mal que se gestiona en España un asunto tan serio como el dopaje. Que se destruyeran muestras de sangre presentadas como pruebas en el juicio de la Operación Puerto sin haberlas analizado y haber sacado a la luz los nombres de los deportistas que se doparon dejó en muy mal lugar al deporte español a ojos de todo el mundo.
Por si fuera poco, el proyecto que Madrid presentó al COI era una copia del que se presentó para la elección de 2016, pero con un destacable recorte presupuestario. No había novedades en las infraestructuras, no se había avanzado nada en cuatro años. Simplemente se pensó que presentándose por tercera vez, habiendo sido finalistas en la segunda, ya nos iba a dar los Juegos.
No se habló de los más de 7.400 millones de euros de deuda que tiene el Ayuntamiento de Madrid. Se aseguró que los 1.400 millones que aún quedaban por invertir serían asumibles al repartirlos en siete años entre Estado, Gobierno de la comunidad y Ayuntamiento. Total, con esa deuda, incrementar durante siete años consecutivos el presupuesto del consistorio madrileño en 75 millones no debía ser problema, por lo visto.
Con la elección de Tokio se ha vuelto a repetir el ciclo olímpico de las últimas décadas. Los Juegos se suelen conceder a Europa, América, Asia, y vuelta a empezar con Europa. Solo la olimpiada de Sidney 2000 rompió este ciclo, y en la primera década de este siglo se saltó a América al pasar de Atenas 2004 a Pekín 2008. Tras Londres y Río, Tokio venía a esta elección como gran favorita para casi todos. Y para 2024, el retorno de los Juegos a Europa, ya parecen seguras las candidaturas de París, Roma y una conjunta entre Berlín y Munich. Todavía más, se dice que París se apartó en 2012 dejándolo todo en manos de Londres con la condición de asegurarse la plaza en 2024, año del centenario de los Juegos que se celebraron en la capital gala en 1924.
Por mi parte, no me parece mal que no haya sido escogida Madrid como sede olímpica para 2020. España tiene otras preocupaciones más importantes ahora mismo que la organización de unos JJ. OO., y de esta manera tampoco podrán ser utilizados como medio para desviar la atención de dichas preocupaciones por quienes los esperaban como agua de mayo para sofocar diversos incendios que asolan la actualidad política de este país. Y con o sin Fukushimas, ante maravillas como las presentadas por el proyecto japonés (ver debajo la imagen del estadio olímpico, diseñado por Zaha Hadid, y comparar con la Peineta tratando de no llorar) realmente merece pararse a pensar qué país ha merecido llevarse los Juegos Olímpicos de 2020

P.D.: hoy pasaré olímpicamente, además, de hablar del Real Zaragoza y de la vergüenza esperpéntica de partido perpetrado ante el Lugo el pasado sábado delante de una Romareda medio vacía y de las cámaras de una televisión nacional. Lo peor fue ver que no tienen ni voluntad de jugar al fútbol, y lo mejor, que la grada del municipal, con mucho más plástico que aficionado, empezó por fin a despertar del letargo en el que fue sumida por los encantamientos de serpientes del dueño de la S.A.D.



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