miércoles, 7 de mayo de 2014

PIENSO QUEDARME HASTA EL FIN (Por Erika Insa)

                                Las lágrimas probablemente todavía no se hayan secado de mis mejillas. 
Hace unas semanas me dije que no debía importarme tanto, que no debía derramar ni una sola lágrima más por jugadores que no se lo merecían, que no debía malgastar mi ilusión en ello. Pero realmente, esas palabras me resultaban vacías. 
¿Cómo no voy a llorar si estoy viendo agonizar al club que amo? 
¿Cómo no hacerlo si está abocado a una triste y lenta muerte? 
Es imposible evitar emocionarte cuando por estas fechas se cumplen aniversarios de Copas ganadas, es imposible no suspirar resignado y enfadarte al ver lo que hemos sido y en lo que nos han convertido. 
Una melancolía que te llena el corazón y acaba desbordando en unas cuantas lágrimas que parecen eternas. 
Un dolor tan grande que se extiende por todo el pecho, incapaz de frenarse. Y ese dolor, esa agonía, ese sufrimiento que todos los zaragocistas vivimos se acentúa cada fin de semana después de otro desastre nuevo.
 No nos sorprenden ya las actuaciones de los jugadores, arrastrando una camiseta que otros, en otra época, dignificaron. 
Ensuciando un escudo en el barro que otros, en otra época, besaron emocionados. Vivimos en un club dónde cada semana se produce un escándalo nuevo, del cual nadie habla bien ya, del cual sólo nos quedan viejos recuerdos. 
Recuerdos grabados a fuego en las mentes de unos aficionados que, pese a saber lo que les depara semana tras semana, continúan yendo al campo y sentándose en el mismo sitio que ocupan desde hace años. 
Y continúan mordiéndose las uñas, moviendo las piernas frenéticos, gritando qué hacer a los jugadores como si ellos fuesen a escucharlos. 
Y cuando observan cómo de nuevo su equipo cae, cómo de nuevo once jugadores vuelven a cometer una nueva vergüenza, cuando ven como una de las cosas que más quieren está arrastrándose, no ya por campos de primera, sino también de segunda división. 
Cuando ven el escudo en el pecho de esos llamados jugadores embarrado, cuando contemplan fijamente cómo el león parece cada vez más debilitado y está a punto de desaparecer derramarán las lágrimas que han estado conteniendo durante días. 
Lágrimas que rodarán por sus mejillas sin descanso mientras escuchan cómo alguien les dice que es sólo fútbol. 
El Real Zaragoza no es sólo fútbol. 
El Real Zaragoza es un sentimiento, una ilusión, un orgullo de una ciudad y sus gentes. 
Es lo que hace latir miles de corazones diariamente, lo que te alegra cuando menos te lo esperas, es indescriptible lo que se siente cuando entras en el que es tu estadio, te sientas en tú sitio y contemplas tú campo, entonces vacío. 
Nadie podrá saber nunca lo que es celebrar un gol de su equipo si no lo ha experimentado antes. 
Nadie sabrá jamás el dolor que sentimos todos los zaragocistas cuando contemplamos a nuestro club agonizar mientras otros tantos que así se hacen llamar siguen disfrutando de la sombra del enemigo. 
Me niego a abandonar mi club, no ya como abonada o aficionada, sino como zaragozana. Me niego a abandonar a una de las cosas que más quiero a la agonía de una muerte lenta. Porque no pienso dejarle, no ahora, porque me sería imposible. 
Porque cada lágrima que derramo cada fin de semana es porque sé que su situación es crítica. 
Porque me duele verle morir lentamente y que a pocas personas le importe. 
Porque es mi club y está siendo condenado, injustamente, por personas ajenas a este sentimiento. 
No me iré nunca. 
Pienso quedarme hasta el fin, hasta que no de para más.

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